Desde Cajatambo Perú.

miércoles, 12 de enero de 2022

Contando Ovejas ( Cuento para Viviana)

 Ocurrió hace muchos años en Cajatambo. Máximo, un niño de diez años de edad, fue  a la puna con Augusto, su padre;  puna es una región alta, cerca de las nieves de la cordillera. Ahí hace frío, casi no hay árboles y sí abundancia de pastos naturales de  los que se alimentan los animales. En esos tiempos, hace más de 70 años, entre los animales domésticos había caballos, asnos, vacas, ovejas, llamas y otros. Entre los silvestres se podía ver las hermosas vicuñas, los tarugos, los patos  de plumaje multicolor, patos negros y patos blancos. Había también animales depredadores, siendo los principales  el zorro y el cóndor. 

En esa región, Augusto y Esther, que son padres de Máximo, tenían una estancia implementada con un conjunto de cinco casas chicas que se usaban como vivienda, como almacén de víveres y otras necesidades. Contaba también con cuatro corrales, que son espacios relativamente chicos, con cercos de piedras, con capacidad para albergar toda la manada de ovejas ya que, por motivos de seguridad, había necesidad de encerrarlas durante las noches, al igual que a  las  vacas y becerros.
  Estos animales estaban al cuidado de un señor llamado Esteban, quien por su trabajo de pastoreo recibía un pago consistente en víveres y productos de panllevar, en cantidad suficiente para el consumo de la familia, que se entregaba por remesas; además, tal como estaba facultado, tenía un rebaño equivalente al de Augusto (unas 600 ovejas, aproximadamente). 

El cuidado de las manadas no era muy simple, ya que cuando una se acercaba a otra, en muchas de las ocasiones, algunos miembros de un rebaño  pasaban al otro, ocasionado confusión o pérdida. Por eso, para mayor facilidad en el trabajo de control, a las ovejas mayores y jóvenes se les ponía marca en una oreja, con un instrumento llamado sacabocado, o simplemente se le colocaba cintas de colores; a las ovejitas de pocas semanas de nacida se las reconocía por la cercanía a sus madres.
Augusto y Máximo fueron a ese lugar precisamente para participar en el control del ganado ovino, cumpliendo lo habitual de dos veces por año
Durante el desarrollo del trabajo cada uno de los presentes tuvo una tarea que realizar: la de Máximo consistió en meterse dentro de la aglomeración de ovejas, atrapar a las ovejitas de poca edad y conducirlas al punto de control, para ser contabilizadas  y luego puestas fuera del redil. Esteban  y su hijo Filomeno debían capturar a las borregas madres, a los borregos padres, para también conducirlos hacia el punto de control. Todos trabajaron arduamente desde muy temprano, movilizándose inmerso dentro del conjunto de ovinos, capturando y conduciendo a cada individuo al punto del control.
 
Al finalizar la labor vieron que las cuentas no cuadraban, faltaban veinte ovejas. Augusto le pidió explicaciones a Esteban y él dijo como justificación, que doce ovejas se separaron de la manada y se integraron a una ajena, en el encuentro casual que tuvieron cerca de una estancia vecina y que fue imposible recuperar. Eso pudo ocurrir porque los animales pastan a campo abierto en planicies muy extensas, en donde las propiedades carecen de cerco y solo  tienen límites referenciales como una acequia, un riachuelo, u otro elemento fijo de la naturaleza. Dijo Esteban, además, que los zorros se llevaron cuatro ovejas madres  (borregas), hacia su guarida, separándolas de la manada; y los buitres, en sucesivas incursiones, alzaron vuelo llevando entre sus garras a cuatro  ovejas jóvenes (corderos). Augusto no quedó conforme con la explicación. 

En proceso de conteo  se encontró una ovejita de muy pocos días de nacida, que se había separado de su madre y, encontrarla dentro de la multitud estaba muy difícil, por tanto, decidieron llevarla al pueblo, alimentarla en casa y tenerla como mascota.   Así  ocurrió, la ovejita fue amamantada con biberón, creció sana, bonita y graciosa. Tenía mucho espacio en la casa. Cuando sus amos iban  al campo los seguía de cerca; a veces caminaba delante de ellos, corría y saltaba, hacía piruetas y, sabía hacia  donde caminaban. Su nombre, Rosa y ella lo sabía muy bien.
Varios años después de todos estos acontecimientos, cuando Augusto ya no estaba, un gobierno de militares hizo una mala reforma agraria y ordenó que las tierras pasen a ser propiedad "de quienes la trabajan"; así fue que Esteban quedó como dueño de las 400 hectáreas de terrenos de pastos naturales. Obviamente se dejó de enviar las remesas de alimentos. Hoy esas tierras lucen abandonadas. No hay ni una vaca, ni una oveja, nada de nada.


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