ESTA LACERANTE HISTORIA ES ABSOLUTAMENTE VERÍDICA
Cuestión Previa
Diré a manera de preámbulo que corría el el mes de junio del año de 1950; siendo Mariano Jacinto Valdivia Ortiz ( 1895-1982)Obispo de Huaraz,hubo un inusual acontecimiento en Cajatambo, llegaron cinco sacerdotes, cuatro franciscanos y otro de una orden distinta, que decía ser vicario de la Diócesis de Huaraz, de apellido Valenzuela. Es que por entonces Cajatambo pertenecía a tal jurisdicción eclesiástica, hasta que en 1958, pasa a formar parte de la Diócesis de Huacho. Ahora sabemos que tal movilización fue parte de la campaña de revitalización de la fe católica en todos los pueblos de las provincias de Pomabamba y Cajatambo.Y, en esta última ciudad, la participación sencilla y entusiasta de los franciscanos despertó una gran efervescencia religiosa, pues gran número de creyentes acudían a las charlas de catequesis en las escuelas e iglesias, la gente acudía a las misas, bautismos,confirmación y cuanta actividad religiosa había. Hubo un gran movimiento, pues nuestra ciudad contaba con una gran población. Sólo en las dos escuelas de la Torre, entre la de varones y la de mujeres había unos 600 niños ( Transisión mas primaria de 1° a 5° en cada escuela), cifra a la que hay que añadir algo así como 150 de la escuela de Astobamba (Transición, 1°,2°y 3°). Una tarde, casi al entrar la noche, cuando esta alegre y masiva actividad ya casi terminaba ,llega a Cajatambo el cura Valenzuela, que en verdad no hizo hada a favor de los creyentes ni de la iglesia, por lo que suponemos que su función era algo así como la verificación de lo hecho, o es que debiendo llegar oportunamente para sumarse a la actividad se retrasó.El robo del siglo
La circunstancia en que llega Valenzuela a Cajatambo, es como queda dicho casi al término de la intensa actividad que realizaron los otros sacerdotes, franciscanos ellos, fácilmente distinguibles por sus sotanas marrones. Por lo que manifestó que era vicario de la Diósesis, la oportunidad de su llegada y otras circunstancias parece que le sirvieron para formarse una aureola y ganarse la atención de la población, cosa que lo consiguió, pues como se quejaba del mal de altura (soroche), y otras dolencias por añadidura, un buen número de damas bien intencionadas acudieron solícitas para prestar la ayuda necesaria. Pero al parecer aquí le nace la malévola idea o tal vez era una costumbre en él. Las damas muy acongojadas,
guiadas por su maternal espíritu de socorro, además de sus experiencias en atender enfermos en sus respectivas familias, se organizaron para atender al enfermo, que permaneció en esa situación aproximadamente una semana. Por obvias razones no daré los nombres completos de las señoras que acudían a cuidar de día y noche, de a dos o tres por turno. Citaremos a las siguientes: Adolfina, Grimanesa, Zoila, Lucila, Manuela, Isabel, Filomena, Ruperta, Juana, Olga, y una veitena más. Se comprenderá que eso haya ocurrido así cuando se sepa que en ese tiempo en Cajatambo no había ni posta médica, ni médico.
A decir de las damas el paciente fue aliviándose rápidamente y él, por iniciativa propia, en gesto comprensible fue disponiendo gentilmente que las señoras de más edad dejaran de acudir, pues era ya bastante el sacrificio de preparar sus alimentos y otros menesteres (entre las que concurrían habían señoras de alrededor de 60 años). Y así fue la gradual merma de la asistencia; hasta que, finalmente, lo acompañaban por si acaso hubiese alguna necesidad, una persona de día y otra de noche. Al finalizar su estadía ya casi estaba recuperado al cien por ciento. Al menos eso decían, ya estaba por viajar de regreso, pues el joven de apellido Andrade, en verdad recién adolescente, experto y puntual en preparar las acémilas de los viajeros foráneos ya estaba presto. Fue así, que la última noche lo acompañó una señora joven de unos 30 años de edad, madre de dos niños, que lleva el nombre de nuestra santa. El esposo, de quien se decía que era arequipeño, era un ex oficial de la Benemérita Guardia Civil, llamado Alfredo Juárez, alto y fornido él, gran futbolista se prendó perdidamente de nuestra paisana sin necesidad de que le dieran el famoso "anaipuyo", se casaron, renunció a la policía y a la sazón trabajaba en una oficina.
El día de los hechos, o mejor la culminación de los hechos, era ya hora de acudir a la oficina y la señora no llegaba para desayunar. Ante esta situación envía a llamar a su madre o averiguar lo que pasaba; pensaba lo peor: "quizás el padrecito sufrió una recauda". Vuelve el niño a la casa con la noticia de que a las cuatro de la mañana habían salido de viaje rumbo a Lima, por la ruta de Oyón. A las ocho de la mañana ya posiblemente habían pasado Quepoc, 4,550 metros de altitud s.n.m., estarían cerca de Pomaca o entrando a Gasuna. Se presume que no le dio el soroche. Además, él venía de Huaraz, que está al pie de la cordillera blanca y de Huascarán, eso nos demuestra que no le pudo haber dado el mal de altura cuando llegó a Cajatambo. Todo lo que armó fue una patraña y pura mañosería.
Al día siguiente el esposo salió a su búsqueda. Dijeron que la encontró, se reconciliaron y nunca más volvieron a Cajatambo. Años después, las que en aquel tiempo eran adolescentes, cuando ya mayores y trabajaban en el magisterio, asistían a un curso de capacitación en el colegio Guadalupe. Allí lo encontraron al sinvergüenza dictando un curso.
A decir de las damas el paciente fue aliviándose rápidamente y él, por iniciativa propia, en gesto comprensible fue disponiendo gentilmente que las señoras de más edad dejaran de acudir, pues era ya bastante el sacrificio de preparar sus alimentos y otros menesteres (entre las que concurrían habían señoras de alrededor de 60 años). Y así fue la gradual merma de la asistencia; hasta que, finalmente, lo acompañaban por si acaso hubiese alguna necesidad, una persona de día y otra de noche. Al finalizar su estadía ya casi estaba recuperado al cien por ciento. Al menos eso decían, ya estaba por viajar de regreso, pues el joven de apellido Andrade, en verdad recién adolescente, experto y puntual en preparar las acémilas de los viajeros foráneos ya estaba presto. Fue así, que la última noche lo acompañó una señora joven de unos 30 años de edad, madre de dos niños, que lleva el nombre de nuestra santa. El esposo, de quien se decía que era arequipeño, era un ex oficial de la Benemérita Guardia Civil, llamado Alfredo Juárez, alto y fornido él, gran futbolista se prendó perdidamente de nuestra paisana sin necesidad de que le dieran el famoso "anaipuyo", se casaron, renunció a la policía y a la sazón trabajaba en una oficina.
El día de los hechos, o mejor la culminación de los hechos, era ya hora de acudir a la oficina y la señora no llegaba para desayunar. Ante esta situación envía a llamar a su madre o averiguar lo que pasaba; pensaba lo peor: "quizás el padrecito sufrió una recauda". Vuelve el niño a la casa con la noticia de que a las cuatro de la mañana habían salido de viaje rumbo a Lima, por la ruta de Oyón. A las ocho de la mañana ya posiblemente habían pasado Quepoc, 4,550 metros de altitud s.n.m., estarían cerca de Pomaca o entrando a Gasuna. Se presume que no le dio el soroche. Además, él venía de Huaraz, que está al pie de la cordillera blanca y de Huascarán, eso nos demuestra que no le pudo haber dado el mal de altura cuando llegó a Cajatambo. Todo lo que armó fue una patraña y pura mañosería.
Al día siguiente el esposo salió a su búsqueda. Dijeron que la encontró, se reconciliaron y nunca más volvieron a Cajatambo. Años después, las que en aquel tiempo eran adolescentes, cuando ya mayores y trabajaban en el magisterio, asistían a un curso de capacitación en el colegio Guadalupe. Allí lo encontraron al sinvergüenza dictando un curso.
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